“Cuando despegue el trasbordador, todo EE. UU. seguramente podrá recordar el rol crucial que los docentes y la educación juegan en la vida de nuestra nación. No puedo pensar una mejor lección para nuestros niños y nuestro país.” – Ronald Reagan, 1985 (traducción propia).
Con estas palabras, el presidente Ronald Reagan anunciaba que un docente sería el primer civil en ir al espacio. Se trataba de Christa McAuliffe, quien después de un riguroso proceso fue seleccionada para acompañar a otros seis astronautas en una expedición que, sin dudas, marcó un antes y un después en la historia de la carrera espacial. Si bien la misión no tuvo éxito, y de hecho terminó en una tragedia (que está muy bien relatada en el reciente documental que produjo Netflix que lleva el nombre del trasbordador: Challenger), podemos extraer lecciones valiosas de esta experiencia fallida. Recientemente, el 28 de enero, se cumplió un nuevo aniversario del hecho, el número 35, y es casi paradójico que habiendo pasado tantos años, todavía escuchemos con asombro las palabras del presidente Reagan al homenajear a los docentes y darle un lugar primordial a la educación en su país. McAuliffe fue seleccionada entre más de 11.000 candidatos docentes de todo el país y tenía grandes planes para el viaje. Iba a grabarse enseñando desde la estación espacial y esto sería transmitido en la Tierra para que todas las aulas pudieran acceder a la lección especial (¿o espacial?). Estaba convencida de que su labor en el trasbordador iba más allá de ser una mera civil en el espacio: su travesía podría inspirar a muchos alumnos a acercarse más a la ciencia y a poder entender más el espacio. Muchas son las lecciones que quedan después de adentrarse tan solo un poco en este hecho. La primera, más obvia y también ya mencionada, es que la educación debería jugar un papel primordial en los gobiernos de todos los países, como nos enseñan las palabras de Ronald Reagan, pero más que nada el accionar de esta docente. Porque de todas las profesiones que se podrían haber seleccionado para la experiencia, se eligió la docencia. Porque, como dice el dicho, esta es la profesión que crea otras profesiones. Pero otra lección, menos obvia, es la que nos dejó la misma McAuliffe con su plan: hemos presenciado y seguimos presenciando muchos ejemplos de innovación a través de la historia. Hoy en día, cuando hemos adoptado esta palabra como una característica del siglo XXI y la modernidad, nos olvidamos que, en realidad, siempre hubo intentos de innovación a través de la historia. ¿Qué experiencia más innovadora que recibir clases desde el espacio, dadas por una persona que creía que los alumnos pueden acercarse a la ciencia de esa manera? De todas maneras, la verdadera innovación no consistía en hacer algo nuevo, sino en encontrar a una persona tan apegada a su vocación que estaba dispuesta a viajar al espacio para poder llegar a más alumnos. Por eso, su ejemplo va más allá de si la experiencia se pudo desarrollar o no, porque sin dudas tuvo éxito: su vocación sigue inspirando a todo aquel que se aproxime a su historia, aunque sea por unos momentos. “El futuro no pertenece a los cobardes, sino a los valientes”, dijo Reagan en un discurso posterior a la tragedia, hablándole a todos los alumnos de la nación. Con esas sencillas pero determinantes palabras, mostró lo que 35 años después seguimos aprendiendo del ejemplo de Christa McAuliffe: la educación es la base de toda sociedad y un docente con verdadera vocación, con verdadera pasión, puede innovar en cualquier contexto en que le toque trabajar.
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Los equipos de conducción y los docentes “deberán llevar un registro sistemático y una valoración del proceso pedagógico desarrollado de forma remota, sin calificación.”
Así dispone la resolución 1577 del Ministerio de Educación de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con fecha del 5 de mayo de 2020. Esta decisión llegó casi simultáneamente a los establecimientos educativos y a los medios masivos de comunicación. El titular en los canales explicaba que “la Ciudad suspendió las calificaciones en las escuelas” y los docentes nos estábamos enterando en ese mismo momento. La situación es compleja. Nadie lo niega. Un distrito como la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, tan grande y, a la vez, lleno de diversas realidades sociales es muy difícil de gobernar, sobre todo en temas tan sensibles e importantes como la educación. Pero, ¿era necesario enterarse por los medios de comunicación? ¿era necesario tomar una medida tan drástica? En fin, la medida ya está tomada. Nada podemos hacer al respecto, salvo poder interpretar lo que marca la resolución y aplicarlo a nuestra práctica diaria como docentes. La disposición es tan amplia que da lugar a muchas interpretaciones. De hecho, podemos plantear una primera cuestión: ¿a qué se refiere el Ministerio con “valoración del proceso pedagógico”? Según la Real Academia Española, la palabra valoración indica la acción de valorar o de reconocer, estimar o apreciar el valor o mérito de alguien o algo. Si lo aplicamos a este caso, los docentes deberíamos intentar reconocer el mérito del proceso pedagógico de nuestros alumnos. O sea, tendríamos que ser capaces de distinguir aspectos positivos y aspectos a mejorar del proceso de cada alumno. Entonces, ¿qué deberíamos hacer? La clave está en las palabras que se mencionan previamente: registro sistemático. Lo primero que deberíamos hacer los docentes (que seguramente lo estemos haciendo ya) es ir asentando las entregas de los alumnos y su rendimiento en las mismas, como para no perdernos en cómo vienen en su proceso. Además, en cada actividad propuesta deberíamos decirles cuáles fueron sus puntos fuertes y qué podrían mejorar, dándoles una devolución constructiva y también la oportunidad de rehacerla, si consideramos que la misma lo requiere. Esto hará que cada actividad sea parte de un proceso más amplio que permitirá que los alumnos vayan aprendiendo cómo ir realizando distintos tipos de actividades. Visto de esta manera, la evaluación que estaríamos eligiendo es la que comúnmente se llama formativa, ya que permite ir formando al alumno en diversos aspectos, aprendiendo de sus errores y desaciertos y teniendo la oportunidad de superarse constantemente. La instancia evaluativa no sería única y hacia el final de la enseñanza, sino que sería parte del proceso de aprendizaje del alumno. Para que sea una experiencia enriquecedora para el alumno, el docente tendría que tener en claro qué busca que éste aprenda, internalice, haga propio. Y también tendría que saber qué pasos habría que seguir para poder alcanzarlo. De esta manera, el docente podría ir dándole consejos al alumno sobre cómo mejorar para la próxima, teniendo en claro la meta a la que quiere que ambos lleguen (el alumno y el docente, como guía). Si siguiéramos este camino, la calificación se vuelve casi anecdótica, porque el foco no está ya en el número sino en cómo se fue desarrollando el proceso y cuánto falta para llegar a la meta, mejor dicho, qué falta. Ahora, ¿es posible este cambio en nuestro sistema educativo actual? Sí, por supuesto. ¿Es posible hacerlo ya y casi sin ningún tipo de acompañamiento a los docentes? De ninguna manera. Cambios como el que se propone aquí arriba llevan tiempo, porque, sobre todo, intentan cambiar la cultura dominante, las concepciones comunes con respecto a la evaluación. Al fin y al cabo, hoy en día (más allá de la coyuntura particular que vivimos por la pandemia), la gran mayoría de los alumnos están más preocupados por la nota y por pasar de año que por otra cosa. Esto es resultado de años de vivir así, entendiendo la evaluación como certificación de saberes que, al final del curso, dice si se aprobó o no. Por supuesto que toda crisis debe ser vista como una oportunidad, pero ante la realidad que se presenta hoy a partir de la resolución mencionada, es muy probable que haya más confusión que crecimiento hacia una nueva concepción de la evaluación. Es preciso que se acompañe a los docentes en sus diversas realidades y se les muestre cómo se puede valorar el proceso pedagógico sin perder el control del aula y apuntando al verdadero aprendizaje de los alumnos. Todo el mundo está hablando de la crisis educativa.
Todo el mundo habla del colapso de alumnos, padres, familias, docentes, directivos. Todo el mundo tiene una opinión al respecto y quiere decir cómo se debería trabajar. Pero, ¿quiénes son los que ponen la cara frente a las videollamadas día a día? ¿quiénes se desviven por buscar los mejores materiales, los mejores links, las mejores app o las más indicadas para cada grupo? ¿quiénes se acuestan a altas horas de la noche corrigiendo o reciben notificaciones a cualquier hora con mensajitos de los chicos? Sí, adivinaron: los docentes. Está muy de moda hablar de qué está pasando en educación, criticando y diciendo que debería ser mejor. Pocas veces se plantea CÓMO habría que cambiar. Y muchas menos el mundo se detiene a considerar que, detrás de todo lo que está ocurriendo, estamos los docentes que ponemos lo mejor de nosotros día a día para sacar esta situación insólita adelante. Sí, hay iniciativas de aplausos hacia ellos. Pero, ¿no sería mejor reconocimiento dejar de criticar sin saber? ¿no sería mejor dejar de hablar de todo lo que tendríamos que hacer los docentes y empezar a valorar lo que ya estamos haciendo? Es un ejercicio, al principio cuesta, pero da muy buenos resultados: en vez de criticar, observemos; en vez de hablar, escuchemos. Y ahí empezarán a surgir todas las cuestiones que los docentes YA hacemos y que se dan por sentado. Seamos más agradecidos y menos quejosos. Queridos docentes: ¡Estamos dando lo mejor de nosotros! No dejemos de tener eso en mente. ¿Podemos mejorar? Sí, seguro. Pero también es MUCHÍSIMO lo que ya estamos haciendo. Hoy, día del trabajador, nos toca descansar. Aprovechemos, también es NUESTRO día. ¡Feliz día! |
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